Si de religión estuviésemos hablando, el presente título haría mención a esa extraña convivencia de Dios en tres seres a un tiempo: padre, hijo, y espíritu santo. Pero no es de religión de lo que hablamos. O puede que sí.
Santísima Trinidad, el último libro del periodista Pablo García-Mancha es una obra que ahonda en las tres grandes artes que conmueven al autor por encima de todas las demás: flamenco, toros y vino. En ella, con ferviente devoción e inmerso en la profunda admiración que siente hacia los hombres y mujeres que sustentan cada una de estas pasiones, Pablo nos adentra en un mar tremendamente expresivo y ordenado a un tiempo, en el que las ideas y los conceptos, la didáctica y la historia, el sentimiento y la belleza que de este genial triunvirato dimana, confluyen a través de un torrente hábil y rico cargado de una suerte de arrebato cabal, el que carga su pluma y se extiende a lo largo y ancho de casi seiscientas páginas que el lector podrá degustar a pequeños sorbos, como esos silencios medidos que rompen el quejumbroso precipitar de una toná; como esa media verónica eterna y fugaz que dibujó en el aire venteño, en el pasado San Isidro, el mágico capote de Morante, que bien vale la feria entera; como los vinos con personalidad, los que colman de mil sensaciones a los paladares más exigentes.
Pablo nos acerca el flamenco de una manera amena y viva, sin olvidarse de tomarle el pulso a la historia que lo contempla. Nos enseña que, a pesar de lo que pueda parecer y de los múltiples esfuerzos por mantenerlo aislado que los supuestos protectores de este grial auténtico que conmociona y hace llorar pretenden , el flamenco es un arte vivo e híbrido, y que la mezcla de sangres, en lugar de privarlo de pureza, lo ha rebosado de vida y de matices nuevos, de rutas alternativas trazadas para que tocaores y cantaores transiten por ellas y puedan alcanzar el mismo objetivo, el de expresar toda la creatividad que albergan en su fuero interno con la mayor libertad posible. Por la época en la que le ha tocado vivir, hace un repaso a sus Dioses Mayores, entre los que destacan Camarón de la Isla, Paco de Lucía, Chano Lobato, Mayte Martín, Rafael Riqueni, Enrique Morente, Carmen Linares, Niño Miguel, Poveda, Manolo Sanlúcar…
De igual modo, descubrimos el vino, su historia, sus dicotomías dentro y fuera de España e incluso en la propia Rioja, el buen mal que representó la aparición de la filoxera allá por los albores del siglo XX y que supuso un punto de no retorno entre el vino riojano de la época, entendido como un elemento más de la gastronomía perfectamente ligado a la cultura, y el vino que vendría después, al que se le dedican horas de estudio y análisis, lo seleccionan, lo cuidan, bregan por conseguir altas cotas de calidad renunciando a la aparente abundancia de la cantidad, porque al fin comprenden que sólo mediante la producción de buenos caldos se consigue alcanzar el alma, y lo que al alma toca, como lo que en la memoria se graba, perdura hasta el fin de los días en el corazón de los hombres.
Y si hay algo que se nota que prevalece en el corazón de Pablo, ese es el mítico, universal y eterno arte de los toros. Esta frase no es gratuita. Ni mucho menos. Esta frase resume cada una de las oraciones que vuelca en el pasaje que dedica a la tauromaquia, el más extenso y emotivo, el más sentido y apasionado, nacido al completo al calor de la entraña. Son los pilares sobre el que fundamenta su concepto de los toros, por este orden: José Tomás, su patria, una acertada aproximación para entender, el que quiera, al en ocasiones malentendido diestro de Galapagar; Diego Urdiales, torero de sus retinas, o la constatación de que los sueños, si se persiguen con paciencia, prudencia y perseverancia, se alcanzan con las yemas de los dedos, las mismas que precipitan el alma al torear; Morante, el toreo puro, o la máxima expresión de la genialidad y la belleza; y Pablo Hermoso de Mendoza, el torero sublime, el Julio César del rejoneo, que llegó, vio y revolucionó para que ya nada fuese igual. Finaliza con un paisaje impresionista en el que mezcla y da su sitio merecido a otros nombres, desde Sergio Domínguez a Curro Romero, pasando por Molés o Victorino. Principia la cuestión con su sobrecogedor y extremadamente bello “El toreo, un ejercicio del alma” un pensamiento en voz alta en el que nos brinda, embriagado de tardes en el recuerdo y de faenas soñadas, qué es para él el toreo. Quién esto escribe aún recuerda que el alumbramiento público de estas cuartillas, apenas tres pero en las que se vuelca como el legendario Antonio León en la suprema suerte, con verdad y por derecho, tuvo lugar en un abarrotado Teatro Cervantes al tiempo que los allí presentes, emocionados, teníamos la oportunidad de ver proyectado un magnífico video que hacía un bonito repaso a la trayectoria profesional del ganador del Capote de Paseo de La Rioja 2009, Diego Urdiales.
La principal conclusión a la que yo he llegado al leer este libro es que, por una parte, estos tres artes, como todos las demás, deben beber y beben de la tradición y de la historia para renovarse continuamente una y otra vez, para resucitar y seguir cautivando al que escucha, al que ve, al que prueba. En definitiva, al que siente.
La segunda de las conclusiones la obtengo tras la lectura, pero también la obtuve un buen día de boca del propio Pablo, uno de los primeros días que tuve la suerte de conocerlo. Y decía así “desconfía siempre de quien no adereza todo lo que hace con pasión, desconfía de los desapasionados, porque sin pasión, sin emotividad, sin entrega gratuita, no hay nada”.
o "Santísima Trinidad: Flamenco, Toros, Vino" será presentado por Pablo García-Mancha, y prologado por Carlos Abella, el próximo 11 de marzo a las 21.00 h. en el Palacio Abacial de Alfaro. Estáis todos invitados.